PREFACIO DEL SANTÍSIMO
SACRAMENTO
Este prefacio se
dice ad libitum en la fiesta de Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor y en las
misas votivas del Santísimo Sacramento.
Este prefacio da
gracias a Dios Padre por Jesucristo y la institución del Sacramento de la
Eucaristía. Nuestro Señor Jesucristo instituyó
la Eucaristía el Jueves Santo, «la noche en que fue entregado» (1 Co 11, 23),
mientras celebraba con sus Apóstoles la Última Cena, tomando en sus manos el pan, lo partió y se lo
dio, diciendo: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo que será
entregado por vosotros». Después tomó en sus manos el cáliz con el vino y les
dijo: «Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre
de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los
hombres, para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía». Así,
instituye el sacrificio de la nueva alianza y quedan invalidados los de la
Antigua. El sacrificio de Cristo es la
sola ofrenda pura que complace al Padre.
La Eucaristía es
memorial del sacrificio de Cristo, en el sentido de que hace presente y actual
el sacrificio que Cristo ha ofrecido al Padre, una vez por todas, sobre la Cruz
en favor de la humanidad. El carácter sacrificial de la Eucaristía se
manifiesta en las mismas palabras de la institución: «Esto es mi Cuerpo que se
entrega por vosotros» y «Este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre que se
derrama por vosotros» (Lc 22, 19-20). El sacrificio de la Cruz y el sacrificio
de la Eucaristía son un único sacrificio. Son idénticas la víctima y el
oferente, y sólo es distinto el modo de ofrecerse: de manera cruenta en la
cruz, incruenta en la Eucaristía.
En la Eucaristía,
el sacrificio de Cristo se hace también sacrificio de los miembros de su
Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su
trabajo se unen a los de Cristo. En cuanto sacrificio, la Eucaristía se ofrece
también por todos los fieles, vivos y difuntos, en reparación de los pecados de
todos los hombres y para obtener de Dios beneficios espirituales y temporales.
También la Iglesia del cielo está unida a la ofrenda de Cristo.
La sagrada
Comunión acrecienta nuestra unión con Cristo y con su Iglesia, conserva y
renueva la vida de la gracia, recibida en el Bautismo y la Confirmación y nos
hace crecer en el amor al prójimo. Fortaleciéndonos en la caridad, nos perdona
los pecados veniales y nos preserva de los pecados mortales para el futuro.
La Eucaristía es
prenda de la gloria futura porque nos colma de toda gracia y bendición del
cielo, nos fortalece en la peregrinación de nuestra vida terrena y nos hace
desear la vida eterna, uniéndonos a Cristo, sentado a la derecha del Padre, a
la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen y a todos los santos. «En la Eucaristía, nosotros partimos
"un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto no para morir, sino
para vivir en Jesucristo para siempre"» (San Ignacio de Antioquía).
Vere
dignum et iustum est, aequum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias
ágere: Dómine, sancte Pater, omnípotens aetérne Deus: per Christum Dóminum
nostrum.
Qui
remótis carnálium victimárum inánibus umbris, Corpus et Sánguinem suum nobis
in sacrifícium commendávit: ut in omni loco offerátur nómini tuo, quae tibi
sola complácuit, oblátio munda.
In hoc
ígitur inscrutábilis sapientiae, et imménsae caritátis mystério, idípsum quod
semel in Cruce perfécit, non cessat mirabíliter operári, ipse ófferens, ipse
et oblátio.
Et nos,
unam secum hóstiam effectos, ad sacrum ínvitat convívium, in quo ipse cibus
noster súmitur, recólitur memória Passiónis eius, mens implétur grátia, et
futúrae glóriae nobis pignus datur. Et ídeo cum Angelis et Archángelis, cum
Thronis et Dominatiónibus, cumque omni milítia coeléstis exércitus, hymnum
glóriae tuae cánimus, sine fine dicéntes:.
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Realmente
es justo y necesario, es nuestro deber
y salvación, es decir, darte gracias siempre y en todas lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y
eterno, por Cristo nuestro Señor.
Que
abandonando la vanas sombras de los sacrificios antiguos, nos dio el sacrificio
de su carne y sangre: para que en todo lugar se hecho a tu nombre la sola ofrenda pura
que te complace.
Y en este
misterio de sabiduría insondable y de inmensa caridad, el mismo que se ofreció
en la cruz, él no deja de obrar de una manera admirable, siendo él mismo el
que ofrece y el que es ofrecido.
Y a nosotros,
en la unidad de una misma ofrenda, se nos invita al festín sagrado en el que
él mismo se hace nuestro alimento, se renueva el memorial de su pasión, el
alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura.
Por ello,
con los ángeles y los arcángeles, con los tronos y las dominaciones, y con
todo el ejército de la milicia celestial, cantamos el himno de tu gloria,
diciendo sin cesar:
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